portada de freilassing

Leopold federmair

Freilassing

Traducción del alemán (Austria)

La prosa narrativa de Leopold Federmair es una de las más destacadas de la literatura austriaca actual. En los relatos que reúne este volumen, son perceptibles las tensiones características de la sociedad austriaca de la segunda postguerra, como el continuo debatirse entre las muy avinagradas tradiciones católicas y rurales de los habitantes de los pequeños pueblos y el deslumbrante cosmopolitismo cultural urbano de la república alpina.

 

 

fragmento – BREA

Cabezas de puente, esparcidas por todo el paisaje. Una línea virtual en dirección Este, en dirección Oeste, de Oeste a Este, de Norte a Sur, para la marcha y para la vuelta a casa. Cabezas de puente sin puentes, sin calzadas, despojos del tiempo de la gran remodelación a la que la guerra puso fin en un año determinado, 1940, 1941, la guerra que fue más rápida y más lenta, diferente a lo planeado, como siempre pasa. Los despojos, hoy, plantándole cara al tiempo como los búnkeres en el Atlántico, trincheras desparramadas, un muro rudimentario que se engarza con el paisaje de forma casi invisible y que fue construido con bloques de granito venidos de Mauthausen, cemento de Ebensee, granito, brea, brea, cemento, todo natural, todo artificial, y en las grietas crecen hierbas, flores, diente de león amarillo, prohibido arrojar residuos, territorio federal, la cabeza de puente, sus cuatro partes se hincan como cuñas en el suelo, se yerguen como proas de barco aunque a medio ocultar entre la maleza. En el año 1938, 1939, las construyeron aquí, en este lugar, en el lecho del valle por el que serpentea un riachuelo, pero es como si las trincheras hubieran estado ya desde hace una eternidad, despojos del antes, y hasta donde mi recuerdo alcanza nunca las ha tocado nadie, los campesinos pasaban a su lado con sus yuntas y tractores como si tan siquiera estuvieran ahí, como si nunca hubieran estado, un monumento invisible, granito de Mauthausen, prohibido arrojar residuos, o se piensa en los tiempos venideros, alguien, algún dirigente, está planificando ya las autopistas del futuro, se continuará la labor de la gran remodelación, se tenderán puentes sobre las cabezas de puente, se segará la hierba, el diente de león, se cortará la maleza, se secará el riachuelo, se salvará el valle, se hará un tajo a través del paisaje, se trazará una cuadrícula sobre el paisaje, visto desde arriba es como una cuadrícula, la verdadera belleza para la mirada celestial, el ojo de dios.

Siempre cruzábamos por debajo de los puentes, acelerábamos el paso y conteníamos la respiración en los espacios más altos semejantes a pabellones, y en los bajos, que desde lejos parecían entradas a búnkeres, pasábamos las manos por los bloques de granito, acariciándolos, frenábamos el paso y levantábamos la mirada para observar las manchas de humedad que quedaban después de la lluvia, aspirábamos el olor a moho y escuchábamos atentamente retumbar el sonido de los automóviles que, éramos todavía unos niños, nos hacía estremecer porque el tenebroso espacio estaba habitado, habitado por espíritus errantes invisibles, nos parecía espeluznante y, aun así, frenábamos el paso, escuchábamos, acariciábamos la piedra y, aun así, nos poníamos contentos al volver a estar fuera, a la cegadora luz del sol. Si íbamos en grupos de dos o de tres, gritábamos en medio del estrepitoso interior o esperábamos a que reinara el silencio para escuchar nuestras voces distorsionadas, por entonces todavía circulaban pocos coches, allí arriba viven los murciélagos, me dijo mi amigo, pero la verdad es que no había ni un solo murciélago, como tampoco había ningún monumento, ninguna cuadrícula, ningún ojo de dios. La verdad es que aquel espacio del puente no estaba bajo la tierra sino que era un sencillo hueco cúbico en el terraplén de la autopista y lo cierto es que Mauthausen era un topónimo como cualquier otro, y que todo el paisaje ha crecido desde siempre del granito, y que el granito brilla y titila a la luz del sol, y también por la noche, cuando lo alumbran los faros de los coches.

1937 no fue ninguna fecha, 1940 no fue ninguna fecha, no hubo ninguna guerra, solo hubo cifras sobre placas negras (y a veces blancas) de coches, O-45.347 por ejemplo, era algo rítmico que se dejaba canturrear, “ooo cuarentaycinco treees cuarentaysiete”, otras veces había también había números maravillosos, W-2, el presidente federal, no: el canciller; números que podían brillar durante todo el día e incluso seguir brillando a la mañana siguiente. La sucesión de fechas no comenzó hasta 1964, cuando asesinaron a John F. Kennedy, yo ya sabía leer y estaba ávido por hacerlo, y ese 17/04 me di cuenta por primera vez de que los periódicos llevan cada día una fecha diferente, arriba, en todas las páginas, lo mismo en los deportes que sobre aquella foto en la que se veía la cara de un muerto. Lloré porque todos lloraban. No, yo ya estaba llorando antes, antes que todos los demás, me enteré por el periódico que estaba en el viejo autocar, lloré porque tenía la sensación de que el mundo estaba infinitamente triste y cuando miré a John F. Kennedy en el asiento trasero de la limusina presidencial descapotada ni siquiera me fijé en los números sin duda maravillosos de la placa, de la matrícula, sino que pensé: es el 17/04, lo dice el periódico, tengo siete años, el mundo está triste.

reflexión – más allá de la lengua

«Freilassing» abarca un amplio camino en la trayectoria literaria de Leopold Federmair. Es un viaje por algunos de los temas y de los motivos recurrentes y distintivos de su obra. La presente versión ha sido elaborada en estrecha colaboración con el autor y más que una mera traslación es una recreación o mejor aún, una transcreación literaria. Y, si arriesgásemos más, podríamos decir, incluso, que es una obra organizada y pensada para ser publicada expresamente  en español.

El libro está conformado por cuatro narraciones ambientadas en Austria y animadas por un cierto carácter autobiográfico. Cada una de ellas, aunque poseen un carácter independiente, conforman un cuerpo homogéneo. Las atmósferas, los ambientes, los motivos y los personajes que asoman reaparecen una y otra vez con sutiles variaciones. Lo cierto es que las historias aseguran una gran recompensa para el lector atento.

Sobre el telón de fondo del paisaje –cambiante por el progreso y la azarosa existencia de los personajes–, acompañamos a un niño (que transita entre sombras, espectros, figuras divinas) hacia un camino lleno de revelaciones. En otras palabras; un periplo del yo desdoblado en sus variadas posibilidades. Ante los excluidos de la sociedad, los entes deshumanizados, el «monstruo» interior. Sus argumentos transitan de la sexualidad a la muerte, de la violencia a la culpa, de la vergüenza al miedo, de la pérdida a la esperanza.

Federmair ofrece una mirada abierta, sin frenos ni estereotipos, al sí mismo. Su estilo apuesta por la autonomía y por el deseo de claridad que, aunque aparece unido a temas polémicos, siempre lo hace con hondura. Lo hace a través de lo pequeño, del yo del niño y de la pequeña patria. De los espacios conocidos que se repiten en espiral para mostrar a través de ellos la mirada a lo universal. Se dibuja así Austria, la heimat, el pueblo, el valle amenazado por la autopista. Se dibuja la Austria del dirndl y del dialekt, la Austria católica construida con canciones, leyendas y religión, y amenazada por «lo otro», por «lo de fuera». Se perfila el niño que se explora a sí mismo, que explora el mundo y explora el lenguaje. Y se adivinan los contornos del adulto, abierto al mundo, que mira hacia el pasado sin contaminarlo (o sí), con todas sus cargas y sus universos acumulados.

Tras una infancia dentro los estrechos confines del campo, Leopold Federmair es ahora un nómada planetario. Del campo a Viena, de Viena a Francia, Italia, Hungría, Argentina, Japón. Vida diversa en lo geográfico, en las lenguas, en las culturas de inmersión. Tan diversa la vida como diversas sus ocupaciones: traductor de diversas lenguas, autor, crítico literario, docente universitario… Una diversidad que, sin duda, se ha de reflejar también en su escritura, pasando de lo particular a lo universal para volver al origen. El único compromiso del autor, tal vez, sea la propia literatura y la creación. Sumergiéndose entre los hilos de la palabra, más allá de la lengua, nadando entre idiomas y culturas, más allá de ellos, más allá de moldes, más allá de límites inconscientes y muchas veces autoimpuestos, como los de la cultura propia o la tiranía de lo políticamente correcto. Literatura por la literatura. En juego consigo misma y en busca del hombre. O literatura por el hombre. Le corresponde al lector determinarlo.